La imagen, destaca por su belleza y naturalidad, refleja una
señora, ya mayor, en la calle y bien abrigada, con el plato o fuente con
castañas asándose sobre el fuego. A su lado, el saco con las castañas crudas.
Es un bonito homenaje a este oficio tan invernal y callejero
Durante el otoño, los burgaleses tenemos la gran suerte de
tener dos en el mismo lugar, junto a la citada estatua se encuentra la “otra
castañera” en su caseta de madera vendiendo sus ricas castañas.
Es una tradición difícil de determinar, desde el paleolítico, la castaña y la bellota
habían formado parte de nuestros hábitos alimenticios. Más tarde, con la
expansión del cultivo de castaños por los romanos en la Península, su fruto se
convirtió en la base de nuestra alimentación, bien fuera como fruto seco, bien
fuera seco o molido para hacer harina.
De aquella época datan los ritos paganos y las fiestas que
coincidían con la recogida del fruto y servían como agradecimiento a los dioses
por la cosecha recibida.
Los orígenes más próximos de la tradición de la Castañada la
vinculan a finales del siglo XVIII y derivan de los antiguos banquetes
funerarios en los que no se servían otros alimentos que legumbres, frutos secos
y panecillo votivos que darían lugar a los panellets. El banquete tenía un
sentido simbólico de comunión con el alma de los difuntos: asando las castañas
se rezaban las tres partes del rosario por los difuntos de la familia.
Hay otra versión más práctica del inicio de la tradición
relacionada con los campaneros. A finales del siglo XVIII, estos debían pasar
la noche de Todos los Santos haciendo sonar las campanas de todos los
campanarios de los pueblos y villas. Como era una tarea dura y ardua, eran
ayudados por amigos y familiares. Y para aguantar toda la noche, debían
alimentarse con una comida energética: castañas, boniatos y panellets, regado
con moscatel para soportar bien el frío de la noche.
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